domingo, abril 29, 2007


Al abrazarlo le enterraba las uñas agresivamente en la espalda. Estaba acostumbrado. Al cabo de una semana las marcas ya habrían desaparecido.
-No me dejes sola. Quédate aquí conmigo ¡No te vayas! ¡Por favor no te vayas!-. Ella le gritaba desesperadamente mientras las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos.
Desde hace dos años era la misma historia. El discurso se repetía semana tras semana una vez que dejaban juntos la maleta en el bus.
-¡No te subas! ¡No te subas! ¡Quédate!-. Él sólo la abrazaba. Sabía que si intentaba secarle las lágrimas o brindarle palabras de apoyo ella se exaltaría aún más. El asistente del bus miraba inquieto la escena, el bus debería haber partido hace dos minutos. La puntualidad era primordial.
-¿Sabes qué más? ¡Ándate! No me importa. No te necesito…-. El chofer encendió los motores, los pasajeros miraban impacientes sus relojes y el asistente se había dado por vencido luego de pedir tres veces que por favor abordaran el bus.
-¡Ándate! Me da lo mismo… ¡¡Te odio!!-.
Él la miró larga y tiernamente, sostuvo su rostro, le dio un beso en la mejilla y le dijo: -Mi amor, sube al bus que está partiendo-.
-Bueno. Intenta llamarme harto ¿Ya?-.