Un día especial
-¡Maldita loca, deja de mentir! ¡¿Cómo te es tan difícil pensar antes de hablar?!-. Una vez más sus rasgos limítrofes se dejaban percibir y amenazaban con hacerla perder todo control de sus actos. Sus gritos estridentes causaban un eco ensordecedor en esas inmundas paredes a las que llamaba hogar. Destruía todo a su paso; incluso a ella misma…
-¡No me digas que no te acuerdas de todo lo que nos has hecho, estúpida mentirosa!-. Su temerosa interlocutora quiso responder, sin embargo, no quedó más que en la intención. Su agresora había estudiado cada uno de sus pasos por años, no la dejaría nuevamente salirse con la suya.
-No, no, no, no, no, no. Espera un poco que te voy a decir exactamente lo que vas a hacer ahora y, por favor, dime si me equivoco ¿Ya?... Ahora vas a alterar la realidad para plantearla tu beneficio ¿Cierto? ¡Pero si eres una mártir!... Te sigo, te observo, te conozco… no me la haces otra vez…-.
Aquella mujer la miraba con los ojos ahogados en la angustia. El silencio hacía cada vez más tenso el ambiente. Los segundos convertidos en horas hacían eterno ese cáustico monólogo. La acongojada “víctima” pensó en decir algo, hizo el esfuerzo de gesticular la primera letra de la oración, pero…
-Y, por favor, no digas que te importa mi opinión porque sólo escuchas lo que quieres. Inventas, mientes, deformas. Tu vida entera es una mentira porque has distorsionado a tu beneficio cada recuerdo de tu memoria… ¿Querías un asilo cuando vieja? ¡A un manicomio debería mandarte!-.
Se detiene frente a su llanto. Ya no sabe quien está más loca; si aquella a quien se dirige o ella misma que continúa el juego.
Se acerca y la acaricia largamente para apaciguar las lágrimas.
-Disculpa… y feliz día, mamá…-.
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