La incógnita
Lo primero que notó fue que su compañero nocturno ya había partido. Se sintió sucia, iracunda y, sobre todo, usada. Se puso sus jeans desteñidos, rotos, gastados. Decidió ignorar la polera, el sostén se encargaría de cubrir lo justo y necesario. En todo caso no esperaba visitas. Buscó desesperadamente un cigarro entre la sucia ropa desparramada por todo el dormitorio. Volaban camisas, blusas, pantalones, faldas y calzones. -Maldito. Dejó sus putrefactos calcetines-. Cada segundo sin nicotina la trastornaba aún más en comparación a cómo había despertado. Dio gracias al que creyó un deja vu que la llevó a revisar el velador junto a la cama… En realidad pasaba por lo mismo cada mañana y lo olvidaba. Una carta vieja, un billete de lotería, tres boletos de micros, un cigarro y una cajita Copihue fue lo que encontró. El enérgico viento que entraba por la única ventana del dormitorio convertía en un desafío sobrehumano mantener la llama en el fósforo hasta encender tan anhelado cigarro. Uno, dos, tres… -¡Mierda! rompí el puto fósforo-. Cuatro. Sólo quedaba uno. –No me quedo sin una piteá ¡Por Dios que no!-. A duras penas se levantó de piso y cerró la ventana. Con sumo cuidado encendió el fósforo. Bendito aquel humo que destrozaba sus pulmones. Se recostó sobre la cama sintiéndose la dueña del mundo. Intentó recordar la pasada noche, pero sólo consiguió un par de difusas imágenes que no pudo y probablemente jamás podría catalogarlas como un hecho o un extraño e inexplicable sueño producto de una infinidad de noches bajo los efectos de las drogas y el alcohol. Jugó con el humo para luego frustrarse al notar que hacer argollitas no se le hacía tan fácil como a sus amigas y río a carcajadas al consolarse pensando que a ninguna le salía tan bien como a ella el último baile de Mekano. Las consecuencias post-alcohol y marihuana la desorientaban. No se preocupó. Estaba acostumbrada. Se recordó a sí misma que no debía volver a confiar en las personas. En ninguna. Ni papás, ni mamás, ni hermanos, ni amigos, ni pololos, ni maridos, ni menos en aparecidos cualquiera como el galán de la noche anterior. –Capaz que le echó a mi copete-. Se juró no volver a esa vida, al igual que cada mañana. Después de todo se sabía capaz, sólo esperaba el momento indicado, un impactante y desagradable suceso que la empujara a la realidad. Ya debía ser hora. Al cigarro ya sólo le quedaba el recuerdo del tabaco que alguna vez tuvo, abrió la ventana, arrojó la colilla y la cerró rápidamente. No fuera que se escapara el humo acumulado en el dormitorio. Lo quería disfrutar un poco más. Tarareó una canción que creyó escuchar a lo lejos, pero se distrajo, aún tenía una noción de lo que pudo suceder en la noche y aquellas asquerosas y denigrantes imágenes plasmadas en sus pensamientos. Tuvo una extraña sensación de sudores y olores combinados en su cuerpo. Nada que un buen baño caliente no pudiera solucionar. Con quizá demasiadas expectativas de lo que una ducha podía ofrecerle se dirigió a la cocina. Limpiarte, relajarte, aclarar la mente, ayudarte a recordar… o mejor a olvidar. Dio el gas y buscó en vano algo para encender el calefont. -¡Maldita sea, me gasté el último fósforo!... no debí fumarme el último cigarro... si igual ni lo quería tanto-.